lunes, 7 de septiembre de 2015

El cerebro adolescente: ¿cómo funciona?

Fotografía: Fotos RR
¿Qué nos sugiere la palara "adolescencia"?
G. Stanley Hall definía la adolescencia y juventud como períodos de tormentas y estrés
Erik Erikson como la época más tumultuosa de las diferentes crisis de identidad que atravesamos a lo largo de la vida.
Pasión por el riesgo, poca valoración de las consecuencias, bajo nivel de atención, poca credibilidad a consejos paternos, continua trasgresión de límites, enfoque en recompensa inmediata, poca visión a largo plazo, etc.
Este tipo de pensamiento surgió cuando los investigadores desarrollaron la tecnología de las imágenes del cerebro que posibilitaron ver el cerebro de un adolescente con suficiente detalle como para poder seguir tanto su desarrollo físico como sus patrones de actividad.
Las investigaciones sugieren que, comparados con los adultos, los adolescentes valoran más la recompensa que las consecuencias, y cuando están con amigos, la ecuación se multiplica.
Lo primero a tener en cuenta es que nuestro cerebro tarda en desarrollarse mucho más de lo que nos imaginábamos. Pasa por un proceso de reorganización masiva entre los 12 y los 25 años. Realmente no crece mucho durante este período, ya ha alcanzado casi el 90% de su tamaño a la edad de los 6 años, pero según va avanzando hacia la adolescencia, el cerebro pasa por una remodelación extensa.
Los axones van aumentando su capa de mielina, aumentando la velocidad de transmisión de los axones en un centenar de veces. A la vez, las dendritas aumentan sus ramificaciones y aquellas sinapsis que más se utilizan crecen más fuertes y enriquecidas. De la misma forma, las sinapsis que no se usan van perdiendo fuerza. Esta poda es la que hace que el córtex se vaya haciendo más fino y más eficiente y estos cambios hacen que el cerebro se vaya convirtiendo en un órgano más rápido y sofisticado.
Ilustración: Dr. Flavio DellAcqua
Estos cambios se van produciendo de manera lenta y progresiva desde la parte trasera hacia la frontal, desde las áreas en las que el cerebro se encarga de funciones más básicas y ancestrales del comportamiento humano, tales como la visión, el movimiento y procesos fundamentales, hacia áreas del pensamiento más evolucionadas y complicadas que se encuentran en la zona frontal.
El resultado de este proceso es una mejor integración de la memoria y la experiencia en la toma de decisiones. Al mismo tiempo, las áreas frontales desarrollan una mayor velocidad y mejores conexiones.
Cuando el proceso ha terminado, somos capaces de gestionar impulsos, deseos, metas, intereses, normas, ética e incluso altruismo, generando un comportamiento más complejo y sensible.
Este trabajo, cuando el cerebro no está aún "rodado" se hace de manera torpe. No resulta fácil hacer funcionar todos los engranajes al principio.
La Universidad de Pittsburg realizó una investigación para medir la capacidad inhibitoria en adolescentes y concluyó que el 45% de las veces los adolescentes fallaban en su control de impulsos, aunque a los 15 años eran muy capaces de puntuar tan bien como un adulto si estaban suficientemente motivados en la tarea y resisten la tentación en el 70/80% de los casos. Lo más interesante de este estudio no fueron los resultados sino que los adolescentes, comparados con los adultos, tienden a utilizar menos las regiones cerebrales que gestionan el rendimiento, detectan errores, planifican y mantienen la concentración, áreas a las que los adultos acceden de manera automática.
Durante los últimos años, la explicación de porqué los adolescentes cometen tantas imprudencias y actúan de formas tan poco comprensibles para los adultos ha sido porque sus cerebros " aún no están terminados de hacer, son cerebros inmaduros". En realidad, la verdad científica nos cuenta otra versión gracias a nuevas investigaciones llevadas a cabo bajo un enfoque diferente, más alineado con la teoría de la evolución.
Fotografía: Gabriel Bouys - AFP 
Sus conclusiones nos presentan a un adolescente que lejos de ser un "borrador de lo que será de adulto" es una criatura exquisitamente sensible, altamente adaptable y con conexiones casi perfectas para afrontar el proceso de mudanza que inevitablemente tiene que vivir del seguro hogar al complejo mundo exterior.
Esta visión encaja mucho mejor con los adolescentes y mucho más con los principios biológicos más fundamentales, la selección natural, que no es más que una verdadera pesadilla de rasgos disfuncionales (angustia, idiotez, prisa, impulsividad, egoísmo, torpeza, imprudencia). Estos rasgos no habrían sobrevivido a la selección natural de no haber sido porque son las características fundamentales y emergentes de este periodo.
Realmente estos no son rasgos que caractericen a la adolescencia por sí mismos, lo que ocurre es que son muy evidentes porque nos molestan y porque ponen a nuestros niños en peligro. El foco con el que deberíamos ver esta etapa del desarrollo es el de la adolescencia como un periodo altamente funcional y adaptativo.

Fuente: National Geographic - David Dobbs "The new science of the teenage brain" (Oct. 2011)

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