Foto: Erika Thomson |
Aunque a la mayoría nos sonarán estos temas, sorprende la frecuencia con la que nos resulta tremendamente difícil pararnos a analizar cómo funcionamos en este sentido.
En nuestro seminario de emociones, nos
encontramos con el bloqueo que presentaban los niños y adolescentes al momento
de reconocer las emociones que experimentaban o aquellas a las que estaban
asociadas sus conductas. La mayoría de estos niños y adolescentes, como buen
reflejo de nuestra sociedad actual, desconocía información básica en cuanto a
las emociones y su funcionamiento. En este sentido, sorprende la diferencia
entre la forma en la que cuidamos de nuestro cuerpo frente a los cuidados que
proporcionamos a nuestra salud emocional.
La mayoría sabemos bien qué tenemos que
hacer para cuidar de nuestro cuerpo a quién acudir si algo no funciona
bien (un catarro, una fiebre, un dolor...). Sin embargo, no tantos sabemos cómo
cuidar nuestra mente, ni dónde acudir si necesita algún ajuste. En muchos de
los casos ocurre que no queremos ir porque no le damos la misma importancia que
al cuerpo, o porque nos avergüenza reconocer que podríamos necesitar ayuda en
este ámbito.
Foto: Lucy Nicholson |
La emoción surge cuando ocurre algo fuera
(un gesto, una palabra, una acción, un olor) o dentro (un pensamiento, un
recuerdo) que nos provoca una señal en una parte del cerebro. Además, todas las
acciones que realizamos, absolutamente todas, las hacemos siempre en busca de
una emoción. Las emociones son las que activan nuestro sistema nervioso y
generan cambios en el cuerpo. En definitiva, las emociones no son ni más ni
menos que el motor que todos llevamos dentro, representan nuestra energía.
Como estamos diseñados con mucho sentido
común, las emociones nos sirven para dos cosas muy básicas e importantes para
nuestra supervivencia:
ü para defendernos del peligro
ü para acercarnos a estímulos placenteros (comida, agua, juego,
actividad sexual).
Además:
ü sirven como lenguaje para comunicarse. Se trata de un
lenguaje básico que genera lazos emocionales, ayudándonos a conseguir éxito
social.
ü sirven también para almacenar y evocar memorias. Se recuerda
mejor lo que se vivió intensamente, tanto lo bueno como lo malo.
Cuando hay activación
emocional, ocurren cambios fisiológicos que conviene tener en cuenta. Por
ejemplo, en el caso del miedo se activa la alerta por encontrarnos en situación
de peligro.
¿Qué ocurre en nuestro cuerpo en este caso?
ü Tenemos dos alternativas posible: huir o luchar.
ü Se nos dilatarán las pupilas.
ü Aumentará el flujo sanguínea
ü También lo hará la frecuencia cardíaca
ü La respiración se hará más rápida
ü Se producirá sequedad en boca y garganta
ü Aumentará la sudoración
ü Se producirá una contracción de esfínteres
ü Y también, como es lógico, habrá cambios en el sistema motor:
huimos o luchamos.
Gracias a los últimos avances científicos,
sabemos que las señales típicas de cada emoción afectan a regiones específicas
del cerebro.
Por ejemplo, se ha comprobado que la
amígdala responde ante el miedo. Vamos a ver qué ocurre con nuestro cuerpo ante
una situación de peligro. Imaginad que vemos un oso: la señal, que entra por
los ojos, va directa al cerebro. Las áreas que responden a este estímulo son,
entre otras, la amígdala y la corteza prefrontal. Ambas reciben la señal, pero
la amígdala es mucho más rápida que el córtex y activa los mecanismos que
acabamos de enumerar. Cuando la información es procesada por el córtex, éste se
da cuenta de que se trata de un oso de peluche, no de un oso de verdad. En este
momento desaparece la emoción del miedo pero aún nos queda cierta inquietud.
¿Familiar esta sensación? Lo que ha ocurrido es que aún permanece la activación
provocada por la amígdala. Su misión fue la de dar las órdenes necesarias para
que se liberasen en nuestro cuerpo las sustancias químicas necesarias para
poder huir o luchar.
Como hemos comentado anteriormente, las
emociones coordinan nuestro comportamiento y nuestros estados fisiológicos en
situaciones de supervivencia e interacciones placenteras. A pesar de que la
mayoría de las veces somos conscientes de nuestro estado emocional, los
mecanismos que lo provocan siguen sin conocerse en su totalidad. En un estudio
realizado recientemente, se demostró que los estados emocionales están
asociados con zonas específicas del cuerpo y que estas sensaciones podrían ser
la base de nuestras experiencias emocionales conscientes.
En el cuadro se representan las zonas del
cuerpo que "sienten" las emociones tales como la alegría, el enfado o
la sorpresa.
La alegría se representaba con un cuerpo
totalmente rojo o amarillo de la cabeza a los pies, la depresión con un cuerpo
azul y negro. Casi todas las sensaciones implican la activación de la cabeza,
mientras que el enfado y la alegría manifiestan activación en las extremidades
(probablemente porque se asocian con la realización de acciones). La activación
de sensaciones en la zona del estómago y tórax se encuentran principalmente en
sentimientos relacionados con el asco, la ansiedad o la vergüenza.
Estas imágenes quizás nos permitan entender
mejor las reacciones de nuestro cuerpo además de ayudarnos a reconocer las
distintas emociones que experimentamos.
Fuentes: "Bodily maps of emotions" - Lauri Nummenmaaa,b,c,1, Enrico Glereana ,
Riitta Harib,1, and Jari K. Hietanend - Department of Biomedical Engineering
and Computational Science and b Brain Research Unit, O. V. Lounasmaa
Laboratory, School of Science, Aalto University, Finland; c Turku PET Centre, University of
Turku, Finland; and d Human Information Processing Laboratory, School of Social
Sciences and Humanities, University of Tampere, Finland - Nov. 2013.
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