El impacto que causan los padres y quiénes están al cuidado de ellos será el elemento más importante en esta tarea. La herencia cultural, de transmitirse al niño de manera correcta, será también un buen elemento en esta búsqueda de sentido. Y por último y muy importante también, lo es el vivir muchas experiencias o sentir que se han vivido. En este último caso, la literatura es el mejor aliado y los cuentos de hadas una excelente herramienta.
Para que una historia mantenga de verdad la atención del niño, ha de divertirle y excitar su curiosidad. Pero, para enriquecer su vida, ha de estimular su imaginación, ayudarle a desarrollar su intelecto y a clarificar sus emociones; ha de estar de acuerdo con sus ansiedades y aspiraciones; hacerle reconocer plenamente sus dificultades, al mismo tiempo que le sugiere soluciones a los problemas que le inquietan.
A través de los cuentos de hadas los niños
pueden aprender mucho más sobre los problemas internos de los seres humanos y
sobre las soluciones correctas a sus dificultades en cualquier sociedad. Los
cuentos hablan de los fuertes impulsos internos de un modo que el niño puede
comprender inconscientemente, y -sin quitar importancia a las graves luchas
internas que comporta el crecimiento- ofrecen ejemplos de soluciones,
temporales y permanentes a las dificultades que sienten, aparecen nuevas
dimensiones a las que le sería muy difícil llegar por sí solos.
Muchos padres creen, erróneamente, que los niños
solamente deberían conocer el lado bueno de las cosas, pero esta visión solo
nutre la mente en un sentido y no en las dos vertientes que tiene la vida real.
Si a los niños se les brinda solo una cara, si se les dice que el hombre es
bueno por naturaleza, ellos se sentirán mal porque ellos no siempre son buenos.
A veces lo son en contra de lo que sienten, lo son porque así se lo han
enseñado, pero en el fondo les gustaría no serlo. De esta forma, pueden que se
vean a sí mismos como a monstruos.
También ocurre que en la actualidad algunas
personas rechazan los cuentos tradicionales porque los analizan de manera
equivocada. Si se toman estas historias como descripciones de la realidad,
resultan ser horribles en todos los aspectos: crueles, sádicas y todo lo que
uno se quiera imaginar. Pero si los consideramos desde su lado simbólico de
problemas o hechos psicológicos, estos relatos tienen mucho de auténticos.
En los cuentos de hadas el mal está
omnipresente, al igual que la bondad. Los personajes no son ambivalentes, no
son buenos y malos al mismo tiempo, como somos todos en realidad. La
polarización está presente en el niño y las ambigüedades no deben plantearse
hasta que no se haya establecido una personalidad relativamente firme sobre la
base de identificaciones positivas. De esta forma los cuentos de hadas
enfrentan debidamente al niño con los conflictos humanos básicos, le ayudan a
comprender más fácilmente las diferencias entre lo bueno y lo malo.
Los profundos conflictos internos que se
originan en nuestros impulsos primarios y violentas emociones están ausentes en
gran parte de la literatura infantil moderna; y de este modo no se ayuda en
absoluto al niño a que pueda vencerlos. Al niño le resulta difícil expresar en
palabras algunos de sus sentimientos y, a través de los cuentos, puede
encontrar soluciones que están al alcance de su nivel de comprensión.
Y, ¿cómo saber a qué edad un determinado cuento
será importante para un niño, cuál es el cuento que hay que contarle, en qué
momento y por qué? Esta respuesta solo la tiene el propio niño. Será él quién
nos lo revele a través de la fuerza del sentimiento con que reacciona a lo que
un cuento evoca en él. En cuanto un cuento atrape su interés nos daremos cuenta
por su inmediata respuesta o porque el niño pedirá que se lo contemos una y
otra vez. Para que el niño se crea la historia y para hacer que su apariencia
optimista pase a formar parte de su experiencia del mundo, el niño necesita
oírla muchas veces. Si además la escenifica, esto la hace mucho más verdadera y
real.
El niño siente cuál de los muchos cuentos es
real para su situación interna del momento (a la que es incapaz de enfrentarse
por sí solo) y siente también cuándo la historia le proporciona un punto de
apoyo en el que basarse cuando tiene un problema complejo. Pero este
reconocimiento no se suele hacer inmediatamente después de haber oído el cuento
por primera vez, puesto que algunos de sus elementos son demasiado extraños,
cosa necesaria para dirigirse a las emociones más íntimas.
Un niño será capaz de sacar el máximo provecho
de lo que la historia le ofrece solo después de haberla oído repetidas veces y
de haber dispuesto del tiempo y de las oportunidades suficientes para hacerlo.
Si después de haberle leído un cuento a un niño y dice que le ha gustado, es una
forma de decir que esta historia tiene algo importante que decirle, algo que se
escapará si no se le repite el relato y no se le da tiempo para captarlo.
Ocurre con frecuencia que a los niños no se les
da la oportunidad de reflexionar sobre los relatos ni de reaccionar de ninguna
manera; se les hace empezar inmediatamente otra actividad o se les cuenta otra
historia diferente que diluye o destruye la impresión que le había causado el
primer cuento. Si se les da tiempo para meditar sobre el relato y cuando se les
anima a hablar de ello, la conversación podrá revelar que el cuento ofrece
muchas posibilidades desde el punto de vista emocional e intelectual.
Por esto, debe concederse al niño la oportunidad
de apropiarse poco a poco de un cuento, aportando sus propias asociaciones en y
dentro de él. Por este mismo motivo, no son recomendables los cuentos con
ilustraciones, a pesar de que a los niños les resultan más sugerentes los
cuentos con imágenes. Éstas distraen más que ayudan. Los dibujos apartan al
niño del proceso de aprendizaje ya que las imágenes dirigen su imaginación por
derroteros distintos de como él experimenta la historia. De esta forma, el
cuento pierde gran parte del contenido del significado personal que el niño
extraería al aplicar únicamente sus asociaciones visuales a la historia en
lugar de las del dibujante.
También es preferible contarle el cuento mejor
que leerlo. Cuando se le habla a un niño, el adulto responde a lo que capta en
las reacciones infantiles, de forma que se cree una experiencia compartida en
cuanto a la satisfacción que el propio cuento proporciona, aunque ésta pueda
ser muy distinta para el adulto que para el niño.
Si se le cuenta a un niño un cuento con el
espíritu adecuado, con los sentimientos que evoca y con la sensibilidad de las
razones por las que el niño puede obtener cierto significado a través del
mismo, éste se sentirá comprendido en sus deseos, sus angustias, sus
sentimientos y sus esperanzas. De esta forma se le ayudará a afirmar su
personalidad a través de una experiencia concreta compartida con otro ser
humano que, a pesar de ser adulto, puede apreciar los sentimientos y reacciones
del niño.
No desaprovechemos la gran oportunidad de
desarrollo y disfrute que nos brindan los cuentos y compartámoslos con los más
pequeños.
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Fuente: "Psicoanálisis de los cuentos de hadas" - Bruno Bettelheim 2006
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